Ella
había nacido en el jardín de la vida, colmada de una hermosura inigualable,
cuyos destellos casi podrían cegar al hombre que la viese.
Su
sonrisa iba más allá del contagio de sensaciones que produce una cara bonita, pues
ella transmitía cierta paz a quien se posaba en su mirar.
En
el mundo en que se desenvolvía, ella era dama conductora de quienes la rodeaban,
despertaba envidias por la atracción que ejercía entre los hombres, y allá en
los sueños, ella era habitante permanente de los mismos, entre quienes cruzaban
su camino y terminaban deseando más de lo que podrían llegar a tener en la
realidad.
Él
por su parte, era un hombre tranquilo, su visión hacia el futuro estaba
desenfocada, pues su mirar no iba más allá del diario vivir. Aunque tenía un atractivo
físico que desconcertaba a las mujeres, él se olvidaba de ello, su enfoque de
la vida iba más encaminado hacia el ser.
El
día en que se encontraron, ella estaba camino del aeropuerto, pues necesitaba
visitar una ciudad alterna por cuestión de negocios, pero en su automóvil, una
rueda pinchó y al ir sola, empezó a
buscar quien le ayudase con su problema.
Él
por su parte iba en bicicleta camino al trabajo, aunque tenía ciertas
facilidades económicas para hacerse con un buen carro, decidió que por
cuestiones físicas e ideales para vivir la vida, en ese ahora en el que vivía,
se desplazaría en un medio mecánico sin motor y aunque tuviese que madrugar
más, compensaría esa molestia con un despertar hacia el mundo en que le había
tocado vivir. El ver el comportamiento humano con más detalle y el disfrutar de
la misma naturaleza dentro de la ciudad, lo habían hecho más humano.
Ella lo miró a lo lejos venir, y levantando su delicada mano, le hizo señas para que
viniese a su encuentro, pues deseaba salir rápidamente de este impase. Él la
miró y la detalló al instante, se dijo para si, que sin lugar a dudas ella era
la mujer más hermosa con la que se hubiese cruzado en toda su vida, sin
embargo, su trato con ella fue igual a como siempre se comportaba frente a una
dama, con caballerosidad pero sin insinuaciones masculinas, él sabía que las
mujeres bonitas son halagadas constantemente, pero que cuando se hace cierta desatención
hacia esa belleza, la intriga puede hacerle ganar algunos puntos y la
curiosidad se despierta en ella.
Luego
de un rato de conversación agradable y al culminar el cambio de rueda por parte
de él, ella se despidió, pero en su fuero interno decidió saltarse las reglas y
pedirle el número telefónico para un posterior encuentro, ya que él no pidió su
número como siempre había ocurrido. Él no lo hizo, porque no deseaba forzar un
encuentro si ella así no lo deseaba, simplemente espero a que ella diese el
primer paso y gracias a quienes redactaron la vida ella así lo hizo.
Durante
todo el viaje, ella no pudo dejar de pensar en él, las sonrisas que le había
robado con su manera de hablar, el buen humor con que se tomaba la vida, lo
interesante que le había parecido, y sobre todo lo mucho que le había gustado.
Él
sin embargo pensó un buen rato en ella, recordando lo bonita que se veía, pero
no le dio mucha trascendencia ya que quizá, tan solo fuera un pequeño lapsus en
ella, y probablemente ese segundo encuentro nunca sucediese. Además una mujer
bonita podría despertar en él los celos de quien cuida una joya preciosa que muchos
desean tener.
Y
el encuentro llegó (continuará, ojalá pronto, con Edgar no se sabe)