Si
la conclusión a la que se llega es que cada etapa de la vida debe vivirse,
entonces el ahora en que vivimos, ya sea lleno de tristeza o de alegría, de sufrimiento
o de euforia o tal vez de desazón, es un merecimiento para un posterior crecimiento,
pensando en una vida espiritual con un pequeño tránsito en la materialidad de
la existencia.
Si
yo, tú y ellos merecemos lo que tenemos, probablemente sea difícil de aceptar
que un momento triste sea merecido, y no estoy hablando de autoflagelación o de
pago por pecados del pasado, sino del hecho que si así es nuestro ahora, debe
aceptarse porque para posteriores momentos este ahora es necesario.
Ese
inmisericorde instante, puede parecer la peor de las tragedias, sin embargo,
ese difícil trasiego puede traer tras de sí, la fuerza necesaria para afrontar
difíciles tareas y mayores responsabilidades en un futuro de constante
movimiento y de mucho crecimiento personal.
Ahora
que también existen los gratos momentos, ya sean en familia, entre amigos o con
el ser que colma nuestras expectativas para formalizar un hogar, y estos llegan
tal vez porque han sido provocados por actos de bondad hacia nuestros seres
queridos, porque ese merecimiento está plagado del sorbo de la vida, que emana
de la fuente principal dentro de un universo colmado de amor.
El
secreto para vislumbrar nuestros merecimientos está en los demás, en ver a
quién le dan y a quién le guardan, en saber que la vida es una constante fuente
de sabiduría que se presenta a diario, en observar el comportamiento humano y
sacar conclusiones con respecto a las acciones humanas y la generación de
reacciones por cada acto.
Seguramente
habrás visto como al malvado tarde o temprano la ley humana le hace pagar sus
acciones malévolas, la enfermedad por ser natural al cuerpo humano no distingue
entre buenos y malos, por ello no siempre puede estar antecedida de actos
dañinos y como un medio de justicia divina para hacer pagar a los malos sus
acciones demenciales.
Lo
natural es enfermar, sin embargo tras la enfermedad puede esconderse un pequeño
maestro que enseña humildad, tranquilidad, aceptación del ahora, tolerancia,
respeto al dolor ajeno y ese maestro está al alcance de los seres que así lo
necesiten y que por rebeldía no quieren comprender que nos necesitamos unos a
otros…
Ragde 47