Utilizar las cosas para nuestro beneficio está bien,
siempre y cuando se asuma como parte de nuestro ecosistema social, la presencia
digna de quienes nos convierten en parte de una sociedad. En la sociedad que
vivimos, el aprovechamiento de cada circunstancia a nuestro favor, nos puede
llevar a tolerar en nosotros, la mentira, el engaño, la deshonestidad y demás
inmoralidades que en el otro son criticadas, pero en nosotros son disimuladas.
En ese actuar, que busca convertirnos en el ciudadano
correcto, aquel que paga sus impuestos sin disminuciones con prácticas
maquilladas, aquel que en su trabajo, no acepta que se
le oculten con mentiras, verdades al cliente de cualquier servicio prestado,
aquel que ante una incorrección la asume y está dispuesto a recibir las
sanciones por su falla, aquel que todos queremos, pero del que pocos se
apropian con integridad.
Y es que es difícil. Ese correcto actuar tiene que ser
una costumbre adquirida en el diario desarrollo de nuestras actividades, de lo
contrario, solamente es una difusa marca no real de lo que queremos ser y no de
lo que somos.
¿Y qué somos? Una sociedad con múltiples fallas y
falencias, de ahí provienen nuestros problemas, con niños que se hacen padres a
una corta edad y por inexperiencia, crían hijos con una alta probabilidad de rebeldía,
con desobediencia a la autoridad establecida, que no aceptan reglas y demás dictámenes
que propenden por encarrilar a una determinada sociedad hacia un rumbo trazado.
En el mejor de los casos, son los abuelos quienes les
entregan valores familiares, pero qué abuelo reprende a su nieto, cuándo ya
quemó esa etapa con sus hijos. Así que la malacrianza puede hacerse viral, pues
sin autoridad establecida en el hogar, difícilmente van a verla en el profesor,
en el policía, en el guarda de tránsito, en las normas constitucionales, en las
reglas que los incluyen pero que sin su apoyo son letra muerta.
Y nosotros no somos mejores, por algo la sociedad camina
en medio de las diversas guerras. Nuestros padres tampoco lo fueron, ni
nuestros ancestros, pero ello no es excusa para continuar siendo parte del caos
y no de la solución al problema, siendo ese ciudadano correcto. Para que los
demás empiecen a replicarse con nuestro ejemplo y la bienaventuranza llegue por
nuestro hacer y no sea un milagro esperado que no va a llegar, porque Dios
tiene mejores cosas que hacer.
La labor puede ser tan ardua, que si lo asumimos en
verdad, podremos sentirnos rendidos en ocasiones, como si nos fuera propuesto
barrer el desierto del Sahara. Pero si tenemos claro nuestro objetivo, sabremos
que nosotros no lo lograremos, será en una sociedad del futuro donde va a verse ese
desierto limpio y sin rastro de arena, gracias a la labor en conjunto de
cientos de miles de ciudadanos que sabían lo que querían.
Ragde 47
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