Desde el más poderoso de ahora o de otrora, con poder
o sin él, somos frágiles seres humanos que se descomponen a cada instante cuando las circunstancias son
severas, cuando la adversidad toca a la puerta del alma humana.
Quizá si fijamos nuestro mirar en los poderosos, son
grandes porque las personas a su alrededor los hacen grandes, los ven grandes,
les sirven a cambio de privilegios otorgados por asentir. Su fuerza yace en el
convencimiento de los demás, en la vejez generalmente la fragilidad del cuerpo
mitiga dicha grandeza, y la mirada cambia.
La mente elucubra engañándonos con aparentes grandezas
frente a los demás, la realidad es que no somos más que nadie, ni menos, cuando
empezamos a entender que todo tiene un final, que la vida es un trayecto con
final, que las grandes hazañas serán cuentos infantiles para los niños del
mañana, que la historia estará llena de proezas siempre más grandes que las
anteriores, porque el legado pasa de generación en generación, y las ilusiones
de los hombres aunque se realicen solo le atañeran a él y a quienes se
impregnaron del mismo sueño.
La humanidad seguirá caminando, con zapatos
cambiantes, desusando viejas suelas desgastadas y olvidadas en el rincón del
pensamiento circunstancial, descubriendo senderos no andados por generaciones
anteriores, persiguiendo nuevos sueños, descubriendo distintos enfoques para
mirar el mundo con nuevos ojos y encaminarse hacia allí pensando en lo
grandioso que será llegar allí.
Llegarán muchos, pero todos pasarán, algunos con
grandes glorias, otros sin siquiera salir en las páginas internas de la
historia humana, como si nunca hubiesen existido, hasta que alguien remueva en
memorias escritas y saque a flote el pensamiento ajeno que aparenta ser nuevo…
Ragde 47