Nos estamos a acostumbrando a lo fácil, como sociedad
hemos emprendido la marcha a buscar el bienestar físico y mental a costa de
pocos sacrificios.
Ante el dolor buscamos al médico para que nos formule
medicamentos y nos olvidamos de las causas del mismo, cuando es allí donde está
la verdadera y mejor solución a nuestros problemas de salud.
Las pastillas mágicas curan momentáneamente, pero el
dolor se hace recurrente porque continuamos con nuestros hábitos de vida. No
estamos dispuestos a sacrificar las horas que pasamos frente al televisor, el
computador, el tecleo en el celular, la cantidad abundante de comida consumida,
las diversas bebidas y sus conservantes consumidas, las malas posturas
corporales, la cantidad de trabajo y trasnocho, ni qué decir de los vicios y el
abuso de las drogas legales.
Ante el posible cambio a nuestro estilo de vida, nos
hacemos los sordos y esperamos que de hoy para mañana nos llegue la solución,
ya sea con oraciones repetitivas que requieren a un dios para que cure nuestros
males, medicamentos resolutorios o las ideas de amigos cercanos, que no
conlleven grandes sacrificios a nuestro modo de vida que nos llevó a donde nos
encontramos.
Y como el cuerpo es de armas tomar, ante la constante
resolución nuestra a bombardearlo con insalubridad diaria, de un solo golpe es
capaz de mandarnos a la cama de los enfermos y mantenernos allí postrados por
más de una semana. Si aun así no tomamos medidas que satisfagan su buen hacer,
va a recurrir a medidas más drásticas y es allí cuando se presentan los
pre-infartos, los estados de coma y demás antagonistas de la vida, que se hacen
presentes ante nuestra testarudez.
El bienestar en la juventud puede no requerir sacrificio
alguno, ya que el cuerpo aún es vigoroso y tiene un sistema en buen
funcionamiento que no exige, pero en la madurez y más aún en la vejez, se hace
necesario empezar a cambiar hábitos negativos y emprender acciones para que ese
bienestar sea lo más permanente en el correr de nuestros días.
Muchos sufrimientos son causados por nuestra torpeza a la
hora de vislumbrar posibles cambios y no emprender camino hacia allí.
Ragde 47
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