Si en nuestro trabajo o en nuestra vida familiar nos
rodeamos de un ambiente competitivo en lugar de un ámbito cooperativo, vamos a
tener bastantes problemas, porque la competencia puede sacar lo mejor de nosotros,
pero así mismo puede malograr cualquier idea bien diseñada.
Nos inculcan desde la niñez la competencia,
comparativamente nos vemos señalados si algo sale mal, y esto puede integrar
rencor en nuestro ser hacia la otra persona con quien nos comparan.
Frases como: “mire que su hermano o hermana no me da
tantos problemas”, “lo está haciendo mejor que usted”, “mire a su compañero de
estudio como aprende de rápido”, todo ello acarrea sinsabores en una mente en
proceso de formación, con lo cual se incentiva la competitividad, pero desde el
punto de vista de alguien aún no formado, por lo que finalmente encontraremos
adultos tramposos, aprovechados, facilistas, que delegan sus funciones a quien
no corresponde, por pereza, incompetencia o soberbia.
Mientras que si inculcaran desde la niñez en cada ser
humano, la satisfacción de ayudar, cooperar y sacar adelante cualquier proyecto,
tendríamos adultos encaminados a satisfacer los bienes mayores, que son los
sociales, por sobre nuestras satisfacciones personales.
El ayudar al enfermo, al anciano, a la embarazada, al
niño no serían una gran obra humana, sino la cotidianidad de quienes
aprendieron a hacerlo desde la niñez.
Las trabas, y trámites engorrosos para satisfacer
derechos adquiridos por medio de la constitución no estarían al orden del día,
por el contrario, la facilidad a la hora de entablar relaciones interpersonales
sería la constante, pues nadie vería a su vecino, coterráneo o extranjero
visitante como una competencia, sino que estaría en disposición de emprender
acciones para buscar soluciones a los problemas que el otro presenta.
El espíritu de cooperativismo puede ser la solución a
tantos problemas por nosotros mismos creados…
Edgar 47
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