Leyendo Urantia, algunos libros de J.J. Benítez,
pensando, analizando, intuyendo, imaginando, me reencuentro hoy nuevamente con
la viva imagen de un Dios padre amoroso, con un Jesús humano, hermano,
espiritual, creador, con una historia que definitivamente se arraigó en mí.
La historia es sencilla, un Dios padre que crea un
universo inmenso lleno de materia y de espacios no descubiertos por el
pensamiento humano. En ella la vida pulula por doquier, aunque la vista no se
haya posado aún en ella. Uno de tantos seres creadores es Jesús de Nazaret,
creador del universo donde habitamos como seres humanos. Un ser también creado
por Dios padre, pero con un poder superior que le permite dirigir una parte de
la creación.
Todo se desarrolla alrededor de la vida, sobre el
pensamiento, la parte espiritual que nos acompaña, y las ideas e ideales que
hacen mella en la realización de cada día. Cada ser hace parte importante en el
desarrollo de lo creado, pero solo aquellos que tras el sueño de la muerte
física decidan emprender el viaje hacia el padre, podrán algún día estar cerca
o ser uno con él.
El universo no solo está allí para embellecer las
noches terrestres, sino que tras el primer paso (fallecimiento corporal), es
allí donde se da comienzo al largo camino hacia el padre, no se trata de ir a
un espacio distinto, sino que aunque ya no seamos materia, el espacio ocupado
sigue siendo dentro de los límites designados para cada universo creado.
No somos los únicos, no estamos solos, la creación es
inmensa en la materia, pero así mismo la vida que lo ocupa también es inmensa
en su cantidad.
Las estrellas y los mundos que las rodean son nuestro
futuro próximo, pero Dios padre se encuentra en el futuro lejano, según creo,
pienso y siento…
Ragde 47
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