Cuando las personas están a punto de padecer algún
desorden psicológico o padecer trastornos psiquiátricos, causados por su
entorno, tienden a gritar, a estallar contra el pobre que se encuentra en
frente y así alivian su carga, con una descarga desmesurada hacia sus congéneres.
En mi caso, gracias al cielo, Dios o quien esté al mando,
ese alivio interior lo encuentro leyendo, y para mayor efectividad escribiendo.
Mientras muchos exteriorizan su inconformidad con el mundo con una rabieta, las
palabras para mí han sido el camino.
Esas valiosas píldoras se han vuelto mi mayor tesoro. Con
el tacto suficiente y la paciencia requerida, cada pensamiento es plasmado,
cada idea, cada ideal, cada opinión, cada reflexión y con ello el semblante se
mantiene en forma, la paz interior, esa de la que se dice la más difícil, con
mis pildoritas se hace real, se vuelve habitual y la paz llega.
En otras ocasiones, ha sido la lectura mi compañera. Escuchar
hablar a hombres que tienen la capacidad de transmitir con sus libros, me lleva
a imaginar sus mundos, sus distintas maneras de ver la naturaleza y de
acercarlos a mí, favoreciendo mi particular manera de ver el cosmos e
integrando las otras visiones de este universo en el que nos ha tocado vivir.
Como buen lector y escritor, sé que la verdad está más
allá, pero el simple hecho de poder vislumbrar su radiante luz desde su lejanía,
me hipnotiza, me hace anhelar alcanzarla y poder saber por cuenta propia.
No es difícil obtener el tratamiento para calmar el dolor
que produce un mundo imperfecto, solo se necesitan ganas, un momento adecuado, un
lugar y una imaginación dispuesta a buscar entre las entrañas del alma, el
poder de la imaginación y la abstracción del pensamiento…
Ragde 47
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