En el acto de amor debe
estar involucrado todo aquello que lo resalta. No importando si es el sexual,
el social, el espiritual o el de autoestima. Si está contenido de bondad, de
belleza, de grandiosidad, generosidad, gratitud, servicio, el dar se convierte
en un autoregalo para quien bien lo comprende.
Para el que se sabe hijo
de Dios padre, es mejor dar que recibir, se convierte en una extensión de la
mano del Dios vivo, un generador de bienestar, un servidor social con alma
humana, que sabe de sus limitantes y a pesar de ello, se brinda a los demás.
Para quien ama, nunca todo
será suficiente, siempre habrá algo más por hacer, algo más por exaltar, por
inculcar, por generar, por satisfacer. El dador de vida acompañará en el
crecimiento de la misma, el generador de placer, jamás pondrá en peligro la
vida por el exceso del aprendiz.
El amoroso buscará
conocimiento, nuevas maneras de acción, sabiduría en sus actos, el perjuicio
será un aprendizaje para buscar salidas alternas que lo lleven a ser mejor en
su arte amatorio.
Y seguramente si es de
Dios, será abundante. El amor humano puede escasear, el divino jamás, como el
agua hallará maneras para avanzar, para sobrepasar barreras. Ese Dios generoso
reclamará lo suyo para prodigarlo sobre el ser humano. Como el sol alumbrará en
el día y en la noche igual, aunque no sea visto.
Ragde
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