Qué tanto puedo alejarme de él, si es que es habitante
habitual de cada pensamiento, y más cuando decidí hacerlo parte de mi día a
día. El bueno, el bacán, el amigo, el padre, el confidente, la razón de
existencia, él, el que espera y no desespera.
No es más grande que el de cualquier otro ser humano,
porque es el mismo, aunque visto desde diferente percepción del pensamiento,
parece diferente, sin embargo, lo acomodamos de acuerdo a nuestro propio
crecimiento espiritual.
No es ni blanco ni negro, ni alto ni bajo, ni hombre, ni
mujer, ni padre, ni madre, aunque es todo a la vez, porque el que siempre fue y
seguirá siendo, no podrá ser descubierto en el inicio del camino. Para ello
pasarán trechos adversos, sube y bajas emocionales, tristezas y alegrías a
solas y en compañía, derrotas y triunfos, y él pendiente de cada uno de sus hijos, con la
misma intensidad, sin preferencia alguna.
Él, el padre, el hacedor de maravillas, el creador del
pensamiento más grande y del más insignificante, el precursor del libre
desarrollo de las criaturas imperfectas, el ser que es, sin importar
circunstancia alguna, porque no necesita nada, pero depende de todo, la mayor
contradicción jamás creada.
Porque vive, porque ama, porque como cualquier locura, no
parece real…
Ragde 47
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